jueves, 17 de marzo de 2016

El experimento de Raul Nolan

El viejo Mustang del 23 entró vacilante en el aparcamiento del Departamento de Seguridad Civil de Santa Mónica. Los demás vehículos se vieron obligados a recalcular sus respectivas trayectorias mil veces ante el imprevisible comportamiento del recién llegado. Por fin encontró un hueco y se detuvo.

El vestíbulo estaba abarrotado como siempre. Raúl Nolan lo atravesó tan raudo que sus datos aparecieron en las pantallas de control cuando ya se encontraba esperando el ascensor.

Investigación Criminal ocupaba la tercera planta al completo; una superficie diáfana rodeada de paredes de cristal a través de las que se podía ver un abigarrado amasijo de edificios perderse en la lejanía hasta fundirse con el abrumador skyline del Gran Los Ángeles. El día estaba despejado y luminoso. Un típico día de verano en California.

Decenas de investigadores interactuaban de pie con sus pantallas holográficas como un excéntrico y descoordinado ballet entre humanos y fantasmas. Nolan se dirigió a su despacho cruzando por entre el personal sin pronunciar palabra. A mitad de camino fue abordado por un pelirrojo de ojos rasgados, pelo repeinado, camisa impoluta y pose marcial, vestigio quizá de una larga estirpe en el cuerpo.

— Jefe, soy el capitán Youn McKingley, hoy nos ha tocado juntos.

Parecía fresco como una rosa a pesar de llevar trabajando más de cuatro horas en medio de aquel infierno.

—Bien, Mc... loquesea, estaré en mi despacho. No me moleste a menos que se haya producido un rebrote de tánatos y estén muriendo ahí fuera como moscas.

—La verdad es que hay un asunto sobre el que me gustaría conocer su opinión.

McKingley correteaba a duras penas tras la larga zancada de Nolan. Al llegar a la puerta de su despacho el comandante en jefe se giró y ambos se miraron a los ojos.

Nolan pasaba de los cincuenta y su tez morena aún conservaba signos de un antiguo atractivo. Su pelo negro, tupido y corto apenas si presentaba alguna cana pero por lo demás era un típico cincuentón.

Cuando se giró hacia su interlocutor, su mano grande y huesuda asía el pomo con tanta fuerza que parecía querer exprimirlo.

—Ese asunto tan importante no será una epidemia. ¿Verdad?

—No,—McKingley se puso aún más rojo,—es sólo un asesinato.

—Si se gira,—movió el índice como si removiera un café, —verá a más de cuarenta inspectores dispuestos a ayudarle. Buenos días capitán.—Y entró cerrando de un portazo. Las palabras se quedaron en la boca del capitán a escasos centímetros del rótulo “Raúl Nolan”.

McKingley tragó saliva y golpeó con timidez la puerta.

—¡Lárguese capitán, haga su trabajo!

—Es un caso complicado, señor, —abrió la puerta, —necesito que me aconseje.

Nolan estaba junto al perchero colgando su arrugada chaqueta de lino beige y suspiró impotente ante aquella insistencia.

—Tiene dos minutos para convencerme de que usted y sus hombres no son capaces de resolver lo que sea que haya sucedió esta noche.

—¿Cómo sabe que ha sido esta noche?

—Menos de dos minutos.

—Verá, es un asesinato, sin duda, pero lo único que sabemos es quién es el asesino, no tenemos víctima ni sabemos las circunstancias ni el móvil ni el arma.

Nolan le miró con la mirada de quien tiene ganas de estrangular a alguien.

—Le queda un minuto.

—Esta madrugada se entregó un hombre, a eso de las dos y media. Llegó desnudo, ensangrentado, con marcas de uñas en brazos, cuello y cara. Tartamudeaba, sólo decía que había matado a alguien.

—Un loco.

—Es posible. Sin embargo, entre las manchas de sangre de su ropa llevaba restos de un genotipo distinto al suyo. Una mujer latina, de unos dieciocho años, probablemente atractiva, alta, para su génesis, y con una vida algo azarosa. Encontramos restos de alcaloides y diversas enfermedades venéreas. Probablemente se trate de una prostituta.

—Un loco asesino. Pásenle el caso a la unidad de…

—Creo que fue usted el que dijo que o se está loco o se es un asesino. En cualquier caso creemos que no es ninguna de las dos cosas.

—Mc… loquesea, ¿No acaba de decirme que tienen al asesino?

—Es un anfitrión. Lo hemos comprobado. Sus implantes estuvieron activos hacia la hora en que debieron suceder los hechos.

—Ya sabe lo que tiene que hacer en estos casos, obtengan la identidad de su huésped y deténganle.

—No es tan fácil jefe, no hay forma de averiguar la identidad de su huésped.

—Según tengo entendido siempre hay una compañía que pone en contacto huésped con anfitrión, contacten con ella.

—En este caso no. El anfitrión parece haber roto el sistema que le obligaba a tener una compañía intermediaria.

—¿Y qué pintamos nosotros en todo eso?—Nolan encendió su pantalla tridimensional. Una pared de datos se interpuso entre él y el capitán.—Pásele el caso a TICP, ellos sabrán lo que tienen que hacer.

—Hay una cosa más.

Hubo un largo minuto de silencio mientras Nolan revisaba la información. Al fin, su rostro atravesó el muro de interminables hileras de signos y se encaró con McKingley.

—Creo que sé lo que me va a decir.—La pantalla se desvaneció.—Sospechan que su huésped sea el destripador de Westlake.

McKingley sonrió satisfecho.

—Vayamos a ver a ese pobre diablo. Llame a Hernández, la voy a necesitar.

—Está aquí desde hace media hora. No era su turno, la hemos tenido que sacar de la cama. Está de muy malas pulgas.

Nolan hizo un gesto de indiferencia, tomó su pulsera del cajón y se la ajustó con premura para inmediatamente sacar a McKingley a empujones del despacho. El pelirrojo murmuró algo a su propia pulsera y a medio camino una hombruna y macilenta mejicana vestida con el uniforme blanco del CSD se puso a su altura.

—Buenos días jefe.

—¿Todo bien?

—Hasta hace una hora sí.

El pasillo del ala de interrogatorios, intensamente iluminado, estaba flanqueado de puertas de fino marco azul eléctrico o rojo sangre en sucesión alterna. A cada pareja rojo-azul le correspondía un mismo número rotulado entre ambas.

La pulcritud del edificio contrastaba con el descuidado bullicio de policías y detenidos que lo transitaban. McKingley se detuvo a la altura de las puertas identificadas con el número 31.

—Es aquí, jefe.—La puerta azul se abrió al acercarse.

Era una sala pequeña, oscura, apenas veinte metros cuadrados. Una de las paredes parecía faltar. Al otro lado, en una habitación de las mismas medidas aunque fuertemente iluminada, se encontraba un joven sentado y atado a una única silla.

El detenido podría tener unos treinta y tantos, era alto y de complexión atlética aunque no musculoso, quizá fuera guapo, pero su pelo alborotado, su rostro ajado y sus ojos rojos no le hacían justicia.

—Dice llamarse Marcos Baretta aunque no lo hemos podido comprobar, su genotipo no está en nuestros bancos de datos.

—Forma parte del proceso de regeneración de un anfitrión,—Explicó Hernández rutinariamente,—así rastrearlos es mucho más difícil.

—¿En qué manos estamos?

—Ya sabe, es la vieja lucha entre buenos y malos.

—¿Qué más sabemos de él?

—Empezó muy joven con esto. En 2037, con diecisiete años, entró a trabajar en Hubbody International, una conocida agencia de proveedores de cuerpos, y apenas dos meses después fue contratado en exclusiva por Harvey Laplace.

—¿El inversor?

—Y dueño de Hubbody. Según el contrato, su uso sería exclusivamente deportivo, aunque él afirma que Laplace lo usaba con frecuencia en encuentros sexuales. Hemos comprobado que un Marcos Baretta trabajó para Laplace como anfitrión entre 2037 y 2041.

—Cuando Laplace decidió deshacerse de él.

—Aunque no de mala manera; a esas alturas ya se había hecho rico.

—¿Qué hacemos tú y yo aquí Hernández?

—Yo estaba en otro sitio jefe, y bien a gusto.

—Continúe Mc…

—Kingley, señor. En 2044 intentó trabajar como modelo, pero es un mundo que no admite imperfecciones y Marcos tenía demasiadas.

—¿Se refiere a imperfecciones físicas?

—Psicológicas.—McKingley intercambió una mirada con Hernández para que ella continuara.

—Aunque para tranquilizar a los clientes se dice que no existe conexión entre huésped y anfitrión, en realidad la integridad mental de éste se va deteriorando. Según tengo entendido, ese hombretón no ha parado de llorar desde que llegó.

—De todas formas hay algo que no entiendo, si era multimillonario para qué volver a trabajar.

—La fortuna no le duró mucho, literalmente la dilapidó. Desengañado del mundo de la belleza y sin blanca volvió a entrar en Hubbody como proveedor de clase B. Con un cerebro de segunda, caché de segunda y usuarios de segunda su cuerpo y su mente se deslizaron por una pendiente de forma irremediable. Fue dado de baja definitivamente hace un par de años.
—Entonces se…

—Sometió a recuperación. Contactó con un bioingeniero que rompió los sistemas de encriptación de sus neuroimplantes e insertó en ellos un nuevo software que evitaba los controles de las compañías. Le facilitaron una identidad nueva y le pusieron en contacto con alguna organización clandestina de proveedores de cuerpos.

—Los bajos fondos puppet.—bromeó.

—Un submundo que mueve miles de millones de dólares al año.

—¿Cómo contactan anfitrión y huésped?

—Existen sitios, lugares, redes. Los clientes que acceden a ellos buscan siempre experiencias extremas y los anfitriones cobran sumas abultadas por prestarles su cuerpo para que puedan realizarlas. Las redes y los intermediarios se quedan con un buen pellizco pero aún así es un negocio boyante.

—Un trabajo de mierda, diría yo.

—Al menos extremadamente arriesgado aunque con limitaciones; el lifelink también funciona en los implantes recuperados uniendo la suerte del anfitrión y el huésped y asegurando así que éste cuida de la integridad física de aquél.

—Siempre podrá existir el caso de un cliente suicida que se lleve por delante la vida de su proveedor.

—Está bien. Por ahora es suficiente. Treinta y uno,—dijo elevando el tono de voz,—quiero interrogar al detenido.

Nolan tomó asiento en una de las sillas más próximas a la pared transparente. El detenido levantó la mirada sorprendido al ver cómo la pared blanca que tenía enfrente retrocedía hasta que la figura de Nolan surgió de ella como si aflorara de un estanque de leche.

—Bien muchacho, soy el Comandante Raúl Nolan y tú debes ser el único puppet con problemas morales. ¿Me equivoco?

El detenido rompió a llorar de nuevo. Nolan suspiró. McKingley y Hernández no prestaban atención en ese momento.

—¿De dónde cojones ha salido Nolan?
—He de reconocer que Raúl es extraño, aún huye de la suspensión por levitación y gusta de conducir su coche sobre sus cuatro ruedas.

—Discúlpeme comandante,—gimoteaba el detenido al otro lado,—no puedo evitarlo.

—¿Llamo a un loquero?—Señaló a su espalda.

—No, no... Estoy bien.

—¿Por qué cree que alguien usó esta noche su cuerpo para cometer un asesinato?

El hombre levantó la cabeza.

—Tengo imágenes, imágenes terribles que llenan mi cabeza.—Las lagrimas volvieron a cubrir sus ojos.

—El anfitrión no tiene contacto nítido con las vivencias del huésped.—Aseguró McKingley.

—Eso es al principio.—Cortó Hernández.—¿Recuerda el caso de Matilda Hoover?

Nolan decidió tomar por otro camino.

—¿Quién modificó sus implantes?

—¿Eh?

—¿Quién le trasteó ahí arriba? Dígame cómo encontrarle.

—¿¡Y dejar de trabajar para siempre!?

—Créame, esa no sería una mala idea.

El hombre negó firmemente con la cabeza.

—Si lo desea podemos llamar a los de TICP para que le obliguen, los chicos agradecerán que ya lleve instalados sus implantes.

El muchacho se estremeció. Todo el mundo había oído hablar del TICP. Nolan aprovechó su miedo para levantarse de la silla y acercarse a él. Le tomó una mano y le hizo levantar la mirada como si fuera a regañarle.
—No eres de la clase de personas que puede vivir con un asesinato a cuestas. Sólo tienes que decirnos la dirección, nadie te relacionará con nosotros.

—Sé lo que intentan, pero A…, el encargado. Os preguntará el ID de vuestro contacto antes de abriros las puertas de su negocio.

—No te preocupes. Tenemos decenas de puppets que podrían haberlo identificado. Algunos de ellos ya no están entre nosotros así que no les importará que usemos su ID.

—Pero, ¿de qué habla?—Dijo McKingley extrañado.—Qué es eso de la ID.

—Déjele continuar.

—Pero...

—No se preocupe. Cuando todo esto termine el asunto del bioingeniero no representará ningún problema. Dejémosle hacer.

Marcos Baretta miró a Nolan con los ojos llenos de lágrimas.

—521 de Excelsior Drive, Norwalk. El encargado se llama Alejandro. No sé más.

—Está bien chico. Ahora voy a salir. En un momento tendrás aquí a un agente que te llevará a un lugar seguro hasta que todo se resuelva. Treinta y uno, fin del interrogatorio.

—Gracias, muchas gracias.

La pared blanca avanzó hasta la mitad de la habitación engullendo la figura del jefe del departamento, su mano quedó un segundo agarrada a la de Marcos y luego, también desapareció.

—Contacta con alguno de esos amiguitos tuyos. Dile que tenemos un paquete para él, que lo cuide y lo mantenga alejado de la calle y la redes durante unos días, le pagaremos bien. Mc... Capitán, venga conmigo, tenemos trabajo, y tú no te pierdas, necesito más información sobre este… negocio.

—Pero...

McKingley salió tras el jefe no sin antes susurrar al oído de Hernández "Dejémosle hacer".


Patrick Martínez era un mulato de casi dos metros con aspecto de portero de club nocturno que desempeñaba el cargo de secretario del juez Remaud. Su figura era amenazante aunque parecía conocer lo suficiente a Nolan como para que éste se mostrara tranquilo y confiado.

—Sólo os facilitaremos una autorización de acceso a los bancos de datos. Nada más.

—No nos serviría de nada.—Hernández se dirigía a todos. —En estos casos es difícil identificar a los huéspedes, necesitamos llevar el asunto al límite.

—Patrick, necesitamos infiltrar a un puppet y obtener la evidencia del huésped. Pillarlo in fraganti.

—Sabes que no hay agentes con implantes. Y no podemos usar a un cualquiera, sería ilegal.

—Existe una forma. Un puppet con dos huéspedes, uno de los cuales sería yo.

—¡Eso no se ha probado nunca!—Gritó irritado.

—Me temo que estas mal informado.—Nolan miró a Hernández para buscar su confirmación.—El programa de doble hospedaje se lleva utilizando desde hace más de cinco años en la WSCA para adiestrar a los científicos en el manejo de astronautas.

—Imagínelo como un experimento.

El secretario hizo un gesto con cara de repulsión como si intentara barrer del aire un mal olor.—No me gustan esta clase de experimentos.

—¿Y bien?—Dijo McKingley.

A la semana siguiente Nolan tomaba asiento en uno de los divanes de teleinserción de la WSCA bajo la atenta mirada de dos técnicos vestidos con el inconfundible mono blanco de la agencia. Desde los ventanales que se inclinaban sobre la sala, Hernández, McKingley y el secretario del juez Remaud observaban las últimas comprobaciones.

—McKingley, no recuerdo la última vez que dormí a pierna suelta, espero que todo esto nos lleve a algún sitio.

—Si hay suerte, hoy mismo, señor. Sentémonos ahí.

En una de las ventanas tridimensionales del improvisado operativo de vigilancia se podía ver el interior del lujoso apartamento de Hori Matachan, un puppet de Venice Boulevard, al otro lado de la ciudad. El muchacho, sorprendentemente parecido a Marcos Baretta, se encontraba tumbado en un diván como el que ocupaba Raúl Nolan aunque en éste no había cables ni aparatos a la vista. Abrió los ojos y se incorporó.

Caminó en dirección a la pantalla hasta que sus facciones orientales parecieron atravesarla.

—Hola chicos.

—Hola jefe, qué tal se siente.

—Endiabladamente bien, como siempre. ¿Cuánto cuesta alquilar uno de estos Patrick?—Dijo golpeándose el pecho.

—Un precio que no podrías permitirte.

La CSD ya había alquilado el cuerpo de Matachan para Nolan varias veces en la última semana.

Cuando a Nolan le preguntaron, tras su primera experiencia, la definió como "conducir un coche en el que eres el propio coche". En una segunda ocasión pudo llevar al puppet a la WSCA para la modificación de sus implantes con la autorización a regañadientes del juez Remaud.

Finalmente se acercó a Excelsior Drive para ofrecerse.

Sólo tuvo que estipular una característica que le haría visible a las preferencias del sospechoso: uso sin límites. No hubo más preguntas. El resto fue cosa de los procesos automáticos de emparejamiento. Ahora esperaba hospedar a un cliente que respondía a ese perfil y había solicitado hospedaje para aquella noche.

A pesar de ser la primera operación de vigilancia insight de la Historia, Nolan-Matachan parecía relajado.

—¿Me daría tiempo de tomar una copa?

—Me temo que no, jefe, ya casi son las diez.

—Lástima.

Con precisión nanométrica, la casa informó de una llamada entrante.

El chico hizo un gesto a la cámara para que cortasen el sonido.

—Lucy, conecta la llamada.

Era una comunicación sin imagen. La voz sonó cascada, rota.

—¿Hori Matachan?

—Sí.

—Tome asiento, ha llegado el momento.

El chico se acercó de nuevo al diván y se sentó acomodándose en el hueco de piel color sepia. Se tocó detrás de la oreja y cerró los ojos.

—Preparado.

En un instante volvió a abrirlos pero ya no era Nolan quien los movía.

—Capitán.—Dijo un agente desde otra pantalla.—Tenemos al sospechoso. Entró en el 521 de Excelsior Drive hace diez minutos, no puede ser otro.—La cara del policía fue sustituida por un conocido rostro.

—¡Harvey Laplace!

—Tan “joven” como siempre. ¿Lo detenemos?

—¿Qué opina señor secretario?

Patrick se había quedado boquiabierto mirando a su alrededor como si acabara de despertar.

—¿Le ocurre algo?

—Eh... yo...

Hernández tiró de la manga del capitán haciendo señas hacia la salida. McKingley no necesitó de más para seguirle hasta el corredor y cerrar la puerta.

—¿Es lo que creo que es?

—No hay duda capitán. El secretario es un puppet, o mejor dicho, ese que está ahí no es el secretario.

—¿Pero qué ha pasado?

—Creo que la visión de Harvey Laplace ha provocado que el auténtico secretario saliese del cuerpo de ese tipo. Quizá porque le interese más avisar a Remaud que guardar las formas.

—¿Qué hacemos?—McKingley miraba la puerta cerrada con aprensión.—Sin la autoridad del juez no vamos a ningún sitio. ¿Abortamos?

—Mejor sigamos como si no hubiésemos notado su "ausencia". Déjeme a mí aquí fuera, ajustaré algunas cosas.

Las dudas de McKingley se dirigían ahora hacia la agente Hernández.

—Confíe en mí.



—¿¡Dónde se han metido!?—Gritó Patrick Martínez cuando volvió a entrar.

—Hernández tiene problemas personales, volverá enseguida.

—Bien. Le estaba diciendo que será mejor abortar la operación. Laplace es un hombre poderoso. Una legión de abogados se nos echaría encima.

—Siempre hay tiempo para abortar, ¿no cree?.—McKingley tomó asiento.—Dejemos que continúe, igual le pillamos con las manos en la masa.

—Con las manos de ese muchacho en la masa, querrá decir. —El secretario parecía tenso.—Y las de Nolan, recuerde que él también está "ahí dentro".

—Bueno, capitán, ¿qué hacemos?—Dijo el agente desde su pantalla.

—Permanezcan en Excelsior Drive, esperaremos.



Si ser el huésped de otro cuerpo era como conducir un coche, ser el segundo huésped era como ir en el maletero. Sentías el calor, el ruido y los golpes, pero no podías hacer nada.

Los ingenieros de la WSCA le habían dado una clave para tomar el control en caso necesario: "Recite mentalmente los primeros siete números primos". De momento Nolan era un pasajero en un sofocante reducto de la consciencia de Hori Matachan dirigida por alguien desconocido para él.

Laplace conducía al muchacho en dirección Noreste haciéndole girar la cabeza constantemente hacia atrás hasta que divisó un taxi. Le hizo detenerse.

—Al 1117 de San Alvarado.—Dijo la voz del muchacho.

El taxi se deslizó sobre las bandas de levitación para tomar por la 10 a la derecha donde aceleró hasta la salida de Western Avenue. Siguió por Jefferson y giró a la izquierda en el cruce de Saint Hoover Street.

Todos los movimientos estaban siendo seguidos por las cámaras de tráfico del condado de Los Ángeles y mostrados en las pantallas de la WSCA.

—Va derecho a Westlake. Creo que ya lo tenemos, dé orden de...

—Señor secretario, con el debido respeto. Westlake es donde se concentra la prostitución más canalla pero ese no es el delito que estamos buscando.

—¡De acuerdo! —Contestó enojado—Sigamos esperando.



—Perdone. No puede entrar aquí.—Protestó uno de los técnicos levantándose de su puesto.

Hernández no le hizo caso. Se acercó al que parecía tener una posición jerárquica superior.

—¿Es posible comunicarse con él?—Señaló al cuerpo inmóvil de Nolan.

—¿No ha oído a mi compañero?—La mano del técnico merodeaba en torno a un llamativo botón rojo.—Es peligroso estar aquí.

—Necesito comunicarle algo. Es vital para él.

Los dos hombres se miraron.

—Podemos enviar un mensaje de voz, pero lo escucharán tanto él como el segundo huésped.

—Cómo lo percibirán.

—Como una voz clara e impersonal de procedencia incierta.

Hernández pensó un instante. Si asustaban a Laplace podían echarlo todo a perder pero si no era capaz de poner en guardia a Nolan todo podría acabar en una terrible tragedia.

—Está bien. Teclee el mensaje que le voy a dictar pero no lo transmita hasta que le dé la señal. ¿Podrá hacer eso?

—Dígame el mensaje.—Fue su lacónica respuesta.



Cuando Hernández volvió a la sala desde la que controlaban el operativo las pantallas mostraban cómo un coche oficial se detenía en la casa de Excelsior Drive y de él se bajaban dos gigantones con cara de pocos amigos.

—¿Y esos?

—Son de mi juzgado. El juez puede haber tomado una decisión.

—Los chicos tienen orden de no dejar entrar ni salir a nadie.

Las palabras de Hernández coincidieron con la aparición de más de diez hombres desplegándose para bloquear la entrada de la casa.

—Déjenles paso.

—Tenemos problemas con las comunicaciones.—Hernández lanzó una mirada de complicidad a McKingley.—Lo intentaré. Voy fuera.


Mientras tanto, Matachan había llegado a Westlake y su figura se había perdido bajo las copas de los árboles, detrás de los grupos de prostitutas que se arremolinaban a la entrada del parque.

Las cámaras y las farolas estaban destrozadas, al gusto de profesionales y clientes. Matachan se acercó a alguien que le entregó una pesada bolsa para luego desaparecer en la oscuridad. Nolan intentó sin éxito girar la cabeza del puppet para verle mejor cuando el tacto de su mano le obligó a identificar el contenido de la bolsa: un fajo de billetes, algo que reconoció como el mango de un cuchillo, probablemente una navaja y algunos objetos más que no pudo identificar. La búsqueda cesó cuando la mano asió el que el huésped que dirigía el cuerpo de Matachan estaba buscando: una linterna con la que iluminar sin ser visto. La sacó y la encendió enfocando a un par de muchachas que hacían gestos provocativos junto a un gran árbol.

Casi de inmediato Nolan pudo notar cómo el corazón de su anfitrión se disparaba. La excitación, ajena a su estado de ánimo, le resultaba un tanto asfixiante.

Junto con su propio calor, podía notar el húmedo sofoco que desprendía la tierra recién regada, el olor de la vegetación, los susurros de las hojas al moverse y las voces insinuantes de aquellas chicas.

—Ven acá muchacho, si quieres hacemos un trío.

—Dos por el precio de una.

—Estás solo Nolan.

Laplace detuvo a Matachan. La cabeza giró en todas direcciones. Aquella voz metálica había salido de algún sitio, pero se dirigía a un tal Nolan, probablemente otro cliente, alguien conocido por alguien. Se encogió de hombros y se acercó a una de las chicas.

—Sólo quiero estar contigo.

—Pues muy bien guapetón.—Nolan sintió cómo la chica tomaba la mano de Matachan y se la llevaba a uno de sus senos. Notó la humedad y el calor del cuerpo de la joven y en el “suyo” la respuesta esperada en cualquier joven sin problemas de erección.

Pero Nolan no estaba en ese momento para devaneos.

Aquella voz había pronunciado su nombre. Algo debía haber salido mal. Podía tomar el control de Matachan en cualquier momento y echar al segundo huésped del cuerpo pero estaba seguro de que si esperaba un poco más podría darle al juez las pruebas que necesitaba para detener al destripador de Westlake.

El anónimo compañero de Nolan en aquella experiencia parecía conocer a la perfección aquellos jardines. Agarró con fuerza a la muchacha y le susurró al oído.

—Tengo prisa, hagámoslo tras esos arbustos.

—Cariño.—La chica le obligó a detenerse.—El negocio es antes que el ocio.—Y le mostró su pulsera.

—Nada de transacciones electrónicas. Tengo dinero en efectivo.—El fajo de billetes salió a la luz de la linterna.

—¡Efectivo!—La chica tomó el fajo y lo hizo desaparecer de nuevo.—¡Cuánto tiempo! Llévame donde quieras, cariño.
 
Las ramas arañaban las manos y el rostro de Matachan y el dolor llegaba a Nolan como si lo estuviera sufriendo en su propia piel. De nuevo tuvo el impulso de inclinar la cabeza o apartar las ramas pero el otro huésped, el que si podía hacerlo, parecía tener la mente en otro sitio y no evitaba los arañazos.

—Aquí estará bien.—La la chica empezó a manipular en la entrepierna del anfitrión.

Él empezó a desabotonar el escote de la chica, el corazón le latía desbocado. Nolan notaba falta de oxígeno a pesar de aquella respiración acelerada que podía escuchar en su interior. La chica liberó el miembro de Matachan y Nolan sintió su fría tocarle. En ese momento su mano derecha agarró el duro mango de la navaja.

Matachan estaba al borde del ataque, Nolan no podía pensar con claridad, incapaz, como si fuera él el puppet dirigido por el otro huésped. Pulsó el botón y la hoja se desplegó con un seco chasquido metálico. La mano izquierda ya no se entretenía en los senos de la chica sino que asía con fuerza decidida su cuello.

—Ca... cariño... me haces daño.

Aquellas palabras excitaron aún más a Matachan, ¿o era a él a quien excitaban?

El brazo derecho tomó impulso para asestar un despiadado tajo al vientre de la muchacha. Nolan se agitaba como en una camisa de fuerza, le faltaba oxígeno, su propio calor le quemaba y la mente parecía no ser capaz de controlar sus impulsos.

"dos, tres, cinco, siete...", el brazo de la navaja se tensaba como un resorte fatal, "once, quince... ¡No, no!”. Tuvo que empezar de nuevo. ”Dos, tres, cinco, siete, once,... trece,...". La orden fue dada y la navaja ya volaba hacia la muchacha a una velocidad endiablada, "¡diecisiete!". Nolan estaba liberado. El cuerpo era ahora totalmente suyo. Empujó la mano izquierda arrojando a la chica contra el suelo justo antes de que la cuchilla pasase a escasos milímetros de su vientre.

—¿¡Pero qué haces chalado!?—La chica se levantó y al ver el brillo de la hoja retrocedió aterrorizada.—¡Dios mío!—Con torpeza se dio la vuelta y desapareció entre la maleza gritando auxilio.

Nolan sacó a Matachan de entre los árboles y caminó hacia las luces de la avenida. Estaba mareado, sudaba, le dolía el pecho y algo en su cabeza pujaba por retomar el control. Quizá él también necesitase ayuda.

Empezó a caminar por la acera en dirección al semáforo intentando alejarse lo más posible de la escena del crimen. La gente le miraba asustada y se apartaba de él con la vista fija en la navaja que aún empuñaba. La arrojó al suelo luchando con él mismo. Su control flaqueaba, el cuerpo hacía movimientos contradictorios, como si quisiera volver atrás.

De repente un coche familiar, blanco, del CSD, se detuvo a su altura. Un par de agentes se apearon con rapidez y lo agarraron. Nolan se dejó apresar.

—¿Eres Nolan?

—¡Uf!—Dijo aliviado.—Si, pero no sé cuánto puedo aguantar siéndolo, será mejor que me esposéis.



Hernández escuchó los pormenores del relato sin apartar los ojos del rostro del muchacho esposado a la silla.

—Y eso es todo. Y ahora que ya sabéis que soy Nolan y no Laplace, ni Matachan ni ningún otro, ¿podéis dar la orden de que me saquen de este cuerpo?

La mujer se levantó y lo miró sonriendo.

—Está bien, jefe. Denos un momento, en seguida le sacamos de ahí.

Al salir de la sala cruzó su mirada con quien había estado observando la escena tras un cristal. Sobraban las palabras. Terminó de garrapatear algunas cosas sobre unos papeles y se los pasó.

Sujeto: Raúl Nolan

Diagnóstico previo: Esquizofrenia múltiple con brotes sicopáticos.

El sujeto ha agotado todas las posibilidades de tratamiento y ha sido seleccionado para terapia experimental.

Terapia: El sujeto ha sido sometido a un reforzamiento intensivo de sus diversas identidades y obligado a su visualización y reconocimiento en un cuidado juego de roles con el fin de facilitarle un mecanismo de autocontrol consciente.

Diagnóstico: No se aprecian avances significativos.

Tratamiento recomendado: Dada su peligrosidad se recomienda encarecidamente lobotomía parcial del lóbulo occipital izquierdo.

Firmado: Drs. Y. McKingley & C. Hernández
Study of Cognitives and Senses Disorders
Santa Monica, (CA)
19 de julio de 1.951